Pedro Escalona
Escalona, Pedro
Pedro Escalona
L a m i m b r e d e l t i e m p o
Hay quienes sólo saben mirar las cosas grandes del mundo, quienes necesitan contemplar catedrales impresionantes para sentirse impresionados. Pero hay también quienes saben mirar las grandezas de lo pequeño, y además son capaces de mostrarlas en todo su cayado esplendor, pintándolas con el respeto que merecen las catedrales.
En la pintura de Escalona la realidad se sincera: los objetos pesan y nos manchan los dedos de tizne. Las articulaciones del tiempo quedan expuestas en esas formas manoseadas por el devenir, volúmenes que supuran una historia honda, perdida entre los pliegues del pasado pero que, sin embargo, reverbera en el futuro, como los granos de arena que configuran una playa, los objetos retratados semejan las teselas se un mosaico, la mimbre con que se entreteje el tiempo. Ordenados como por unas manos antiguas y espolvoreados de una luz volátil, conforman un paisaje de cóncava melancolía al que una pared cualquiera sirve de marco. Se limitan a existir sin mascaras, con esa insobornable tozudez de lo honesto, exhibiendo sus achaques, todo el prestigio de sus cicatrices: sin pudor el cristal nos muestra la sonrisa malévola de sus cortes afilados, el bronce su viruela de oxido, el barro el calor de unas dedos quizás inspirados en unas caderas que nunca tuvieron.
En la pintura de Escalona la realidad de desgrana lenta, y todo transcurre en silencio. Uno quisiera conocer el escenario que el cuadro nos niega, las vistas de esas ventanas que se reflejan en la panza del cristal de las vasijas, y arropando ese epicentro de objetos heridos se imagina la habitación en calma de un caserón retirado, donde apenas llegan los acordes de las vidas en tregua: los ladridos de un perro, el olor de los limones, los crujidos del pan seco de una tarde que se desmorona, y no puede evitar sentir que de alguna manera eso también esta pintado allí, porque todo lo grande queda siempre ligado a lo pequeño, y a veces el arte nos muestra que tirando de una hebra mínima pueden deshacerse los astros, las constelaciones, y el tapiz completo del universo.
FÉLIX J. PALMA